sábado, 19 de marzo de 2011

Un comerciante

Donde se ponga un comerciante que se quite una frontera, concluía con menos refinamiento Modesto, el propietario de ese lugar curioso llamado la Torre. Situado en el Schanze, un barrio céntrico de restaurantes low-cost, donde los jóvenes se congregan por las noches para calentar los motores que luego quemarán en la Reeperbahn, la Torre es lo más parecido que he encontrado a la Hispanic Society de Nueva York. Esta comparación no deja de ser abusiva, ciertamente. La Torre no es un museo. No hay Goyas ni Velázquez. El decorado carece del sobrepeso de pinturas y banderas, tan común en algunos restaurantes españoles como este, de visita obligada para todo aquel que no entienda por comer un acto mecánico. Modesto, que lleva cuarenta años en Alemania, doce en Hamburgo, nos invita a un Sauvignon al reconocer y oír nuestras voces, en su acepción de griterío. Nos explica su historia y diversas historias de los comerciantes de productos españoles en Alemania. Al averiguar los orígenes, Modesto habla elogiosamente, y sin fingida sinceridad, de los catalanes que lograron introducir en el mercado alemán los primeros productos del terruño, algunos tan exitosos como los vinos tarraconenses Clos Barenys. Modesto no le hace asco a nada. Dice que él es un comerciante y que de fronteras no entiende, que si un día tiene que vender un producto italiano extraordinario lo vende; por extraordinario, no por italiano. Y que ese es el problema de España: que faltan comerciantes.

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