sábado, 5 de marzo de 2011

Gente de Hamburgo (y de todo el mundo)

Escribe Siegfried Lenz en Leute von Hamburg (Gente de Hamburgo) que en Hamburgo es difícil conocer a alguien de Hamburgo. Acepto el recurso literario: nadie que haya estado en Berlín, Nueva York o Londres ha conocido a nadie de Berlín, Nueva York o Londres. Suele ocurrir. Ayer, sin embargo, me ocurrió algo extraordinario: conocí a un tipo de Hamburgo. Nacido y criado. De origen croata, pero hamburgués, al fin y al cabo. Se trataba de mi antiguo arrendador, en el barrio de Altona, a quien daba por hecho que sería de cualquier otra parte de Alemania salvo de Hamburgo. Estaba preocupado por mi suerte en mi nuevo piso, especialmente, con mis nuevos compañeros. "¿Son hamburgueses?", me preguntó. "Como habrás observado", siguió sin esperar mi respuesta, "en esta escalera todos son extranjeros. Son vecinos muy simpáticos. Crean un ambiente muy agradable. De ser hamburgueses no habrían cruzado palabra conmigo".

Los hamburgueses se han ganado fama de huraños, taciturnos y secos. Entre sus compatriotas, quiero decir; el resto nos conformamos con confundir la parte con el todo. La mayoría de alemanes que he conocido son de Baja Sajonia, Renania del Norte-Westfalia, Baden-Wurtemberg y Baviera. Salvo el primer estado, situado en el norte, el resto pertenece al oeste y sur de Alemania respectivamente. Todos opinan lo mismo de sus compatriotas del norte (incluso los de Baja Sajonia, al menos, los del área de Hannover). Aquí los estereotipos no difieren mucho con respecto a otros países. Ocurre en España, Italia, Francia, Reino Unido y Estados Unidos, por nombrar los países con los que tengo más familiaridad.

Con los estereotipos nacionales me pasa lo que a Chesterton, que cuando le preguntaron qué opinaba de los franceses repuso que no los conocía a todos. Yo tampoco conozco a todos los hamburgueses (ni alemanes), pero mi experiencia cotidiana no ha sido tan desagradable como otros del terruño me cuentan de sí. Las cajeras del supermercado me desean un buen día cuando me entregan el cambio y los camareros no me abroncan cuando pregunto. Ya ven, Hamburgo no es Madrid.

Tampoco es Nueva York -probablemente ninguna ciudad lo sea-, donde a uno le entran ganas de dar los buenos días cuando sube al metro, donde alguien siempre saldrá en su auxilio cuando esté perdido y donde, además, sus gentes sonríen en las calles. Hamburgo es un lugar melancólico, con paseantes melancólicos, a quienes el hielo no les gusta roto. El entusiasmo de los neoyorquinos es contagioso, así como la rudeza de los madrileños.

La melancolía de los hamburgueses, también.


3 comentarios:

  1. Excelente entrada, Javier. Añoro la rudeza madrileña...

    Marcel Gascón

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  2. Javi!!!! Me encantas!!! Tanto talento concentrado!!! Te quiero hermanito!!! Sigue compartiendo ese don con nosotros!!! Nos vems pronto que te voy a pegar un achuchon...
    M

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