sábado, 26 de marzo de 2011

Despedida o epílogo inacabado

Llegó la hora de partir, de poner punto y final a esta breve estadía. Apenas he rebasado los seis meses, un tiempo que jamás creí factible en una ciudad extranjera. Parece algo connatural, ese no poder acabar lo que he empezado, esa volubilidad que tantos momentos amargos me ha dado, entre instantes, claro, de felicidad, que no sé si son los que realmente cuentan. Edimburgo, Coventry, Nueva York e incluso Madrid... se van amontonando, muchas veces, con un poso de frustración. Al fin y al cabo, no son más que recuerdos de proyectos truncados o mal consumados. Hamburgo será otro. A diferencia de lo que opinan algunos amigos, no me atrae la idea de ir dando tumbos por el mundo; ni me enriquece ir coleccionando las ciudades que he visitado o en las que he vivido. Si creyera en el destino, empezaría a plantearme con seriedad esa piedra que Sísifo lleva siempre a cuestas. Si creyera, claro.

Vivir fuera de España sólo me ha deparado dos enseñanzas, y escribo esto sin ánimo de sabiduría zen o de pequeñosaltamontes: la primera, que fuera se vive mucho mejor, en contra del topicazo que muchos no se cansan de repetir sobre lo que un amigo definió como "el país más desarrollado del tercer mundo"; y la segunda, por decirlo con Marco Aurelio, que uno "sólo averigua cómo es en relación con los otros, cuando el otro le produce rechazo o le es extraño". Tal vez sea esto último, la extrañeza por lo de fuera y el rechazo por lo de dentro, lo que me ha empujado siempre a salir al extranjero, desde que con 18 años pasara mi primer verano sirviendo mesas en un hotel de Edimburgo. Escribía Arcadi Espada sobre el Julio Camba corresponal que su tema casi nunca era "Francia, Inglaterra o Alemania y sus respectivos ciudadanos. El único tema real y perenne" de sus artículos era "España y los españoles". Sin voluntad de compararme con el gran Camba, no encuentro mejor descripción sobre lo que he estado escribiendo estos días. Después de todo, cada post, ese esbozo de escritura, no es más que un ajuste de cuentas contra las fobias y filias (sobre todo las primeras) contra mi país, propio o no. A lo único que aspiro, no en esta vida, pero sí en futuros blogs -si es que hay futuros blogs- es a sacudirme esa aversión. Y empezar a escribir, entonces, como un extraño.

jueves, 24 de marzo de 2011

Penúltima revista de prensa

De no haber sido porque todavía suelo revisar periódicos españoles, a duras penas me habría enterado de la dimisión del ministro portugués. Aunque ahora que lo pienso entre brumas, anoche, antes de irme a la cama, no pudiendo reprimir mi ansia periódica de noticias, leí en la web de La Primera (la alemana) que Sócrates había dimitido. Me sorprende observar que a primera hora de la mañana (ejem, de mi mañana) casi ningún periódico alemán se haga eco en la portada. Sólo los medios públicos, La Primera y Deutsche Welle, lo traen. ¡Ni el gran FAZ le hace hueco en su apretujada portada! Y lo del Bild no tiene nombre. El año pasado sacó afuera a sus periodistas para escribir sobre el hedonismo heleno; y hoy se les pasa el ibérico, quizá porque esta vez se presenta en su versión más respetable. El contraste con la prensa española es asombroso, y no dejo de entender la falta de un correlato germano. De la Iberia española se desprende: nosotros somos los siguientes. De Germania, silencio. ¿Nunca antes Europa había estado tan poco compenetrada?

El Süddeutsche trae la crónica del encuentro nuclear entre Merkel y los pesos pesados de la industria alemana de la energía. Son las elecciones regionales y no el pánico nuclear lo que ha llevado al Gobierno liberal-democristiano a actuar con la premura que lo ha hecho. Y no lo dicen los cronistas de izquierdas; lo reconoce el propio ministro de Economía, el liberal Brüderle. Este cortoplacismo de Merkel, que donde dije "nucleares, sí" digo "nucleares, no", choca con el aura luterana con el que siempre se la vende. En mayo pasado tensó la cuerda europea para salvar del descalabro electoral a su partido de Renania del Norte-Westfalia. Hoy parece volver en auxilio de los suyos, aunque eso signifique hipotecar el futuro energético de los alemanes al disparatado precio de las renovables. Entiendo, e incluso comparto, el recelo nuclear de los muchos. Cualquiera que haya vivido al lado de un central nuclear lo comprendería, sin necesidad de abrazar los postulados más histéricos del ecologismo. Pero se me escapa ese Dr. Jekyll y Mr. Hyde que representa la canciller Merkel. Un día se pone el traje de estadista y le canta las cuarenta a Putin por vulnerar los derechos humanos en Chechenia, y al día siguiente une su voz a China y Rusia en el Consejo de Seguridad de la ONU y se abstiene de intervenir en Libia. Ahora bien, después sentencia: "Bien está" (la intervención).

Echo un vistazo a la prensa local, que sí tiene en portada, allá en los bajos, al exprimer ministro Sócrates. Qué folclore, pienso, cuando veo en primera plana que la noticia del día es que las autoridades han prohibido las fogatas de Pascua en algunos barrios de la ciudad. Leo en la web de la NDR al nuevo alcalde socialdemócrata de la ciudad, el flamante Scholz, afirmar: "Crearemos el Hamburgo moderno". El "Wir schaffen das" que utiliza en la versión original es el equivalente al "We can" inglés. Mi primera impresión es concluir que la Obamamanía ha llegado a una ciudad que no está, precisamente, falta de ínfulas. En el cuerpo de la noticia descubro que se trata de una evocación de un discurso del gran Willy Brandt, quien en 1969 ya dijo: "Wir schaffen das moderne Hamburg!". Lo que no sé si considerarlo un acierto de Scholz o una piedra en su propio tejado. Rememorar una frase así más de cuarenta años después le hace uno pensar qué narices han estado haciendo los socialdemócratas desde 1969. Y no es que hayan chupado mucho banquillo de la oposición en todo ese tiempo.

Enciendo la radio y atiendo al parte del tiempo, todo un acontecimiento en un día soleado como el de hoy, motivo de animadas conversaciones y espectaculares despelotes de rubias hamburguesas en el Alster. Fue en The File, donde Timothy Garton Ash recordaba a un profesor marxista de Oxford, en cuyo despacho colgaba de la pared la leyenda: "Aquí no sólo se habla del tiempo".

miércoles, 23 de marzo de 2011

Penúltimas horas

7.59h. Suena el despertador. Pasado el parte, la NDR trae una entrevista a un portavoz de Die Linke (La Izquierda). Aplaude la abstención del Gobierno de Merkel ante la intervención occidental en Libia. Pero no es suficiente. Le pide coherencia. A Merkel, se entiende. Es decir, que retire las tropas alemanas de Afganistán. En definitiva, que haga como él, en coherencia con China, Venezuela y otros países de la Izquierda.

9.02h. Desayuno con Nina, la novia de Jörn, uno de mis compañeros de piso. Se ha quedado dormida y Jörn se ha ido al trabajo sin despertarla. Trabaja (ella) en una organización en defensa de los derechos humanos. Me pregunta por mi garganta. Dice que debería hablar menos cuando salgo por la noche. Me corrige cuando le digo que mi garganta está angezündet. Vamos, que me duele (Halsschmerzen). Dice que el verbo es entzünden (inflamar), y no anzünden (prender fuego). Anzünden, entzünden. Me tomo un Ibuprofeno. Ella se va al trabajo, en bici, a hacer el bien.

9.32h. Regreso a la habitación. Retomo Leute von Hamburg de Siegfried Lenz. En un momento el autor habla de un artista, cuyo lema es "lo que es, debe ser".

11.39h. Cojo el metro dirección St. Pauli y allí me encuentro con Susana, una española medio sueca que enseña español y medio sueco. Tomamos café y nos despedimos.

13.45h. Voy a la Hauptbahnhof, la estación central. Allí cerca le doy la última clase de conversación a Fery, una alemana de origen iraní que estudia español porque es muy flamenca ella. Hoy me expone la biografía de Diego el Cigala. Qué tía. Se ha descargado la vida del cantaor de su web oficial y me la ha recitado de memoria sin entender ni papa. Yo, claro. Ella lo ha entendido todo.

16.15h. Me echo un rato tras haber cambiado el paracetamol por el ibuprofeno, la sopa de pollo con verduras por un filete de carne. Mientras llega el sueño sintonizo la NDR. La ministra de educación dice que Alemania es un lugar muy atractivo para gente talentosa. Ya no puedo dormir. Espero el background de la declaración, pues aquí no hay declaración que no vaya acompañada de su correspondiente background. El Gobierno ha aprobado una ley para facilitar la convalidación de títulos extranjeros. Alemania sufre escasez de mano de obra cualificada, y un exceso de inmigrantes cualificados poco aprovechados. 300.000 leo después en Die Zeit. Sólo en los campos de las matemáticas, la informática, las ciencias naturales y la tecnología se necesitan 117.000 trabajadores. Y yo aquí tumbado.

18.10h. Voy para el Hospital Universität Klinikum Eppendorf, a visitar a una amiga recién ingresada. Quedo con Roberto, el marido, en Dammtor, cerca de la Universidad. No es muy grave, dice. Allí cogemos el autobús. A Roberto (y a mí) no deja de sorprenderle la ligera despreocupación de los alemanes por un pariente recién ingresado. Al llegar a la planta del hospital me comenta Roberto: "Fíjate, no hay visitas". Dice que somos como los turcos.

20.22h. Hace algo más de un cuarto de hora que he salido del hospital y espero todavía el segundo autobús para ir a la Hauptbahnhof. Miro el tiempo de espera. Hace dos minutos la pantalla señalaba que faltaban dos minutos para el siguiente autobús. Y así durante diez minutos. Una chica, razonablemente irritada, empieza a caminar hacia la estación de metro más próxima. Miro el Iphone para situarme en el mapa. Llega el autobús, que me deja en Dammtor.

20.39h. Pierdo el S-Bahn para ir a Berliner Tor. "Schade!", ¡qué pena!, exclama otro viajero que ha corrido la misma suerte. El resto me mira con sorpresa. Nos miran con sorpresa. Por la carrera inútil que nos hemos pegado. A los dos minutos vendrá el siguiente S-Bahn...

21.08h. De vuelta a casa, después de haber pasado por Real, un supermercado, y haber hecho acopio de pañuelos para contener el incipiente resfriado, unas mandarinas, zumos y sopa enlatada de pollo con verduras. Al llegar me comentan mis compañeros de ir a un bar con música en directo. Por la descripción que me hacen, pinta como el London Bar barcelonés. Vamos para allá.

martes, 22 de marzo de 2011

Hijos de esos hombres

Cuando llegué a mi nuevo piso, pensé en iniciar unos apuntes antropológicos acerca del comportamiento de mis compañeros. No sé si por recato o deferencia, o simplemente, porque otros temas me rondaban la cabeza, lo he dejado hasta el último momento, cuando ya estoy a punto de dejarles. No voy a negar cierta prudencia, así como una recóndita esperanza, ante lo que en un primer momento consideré subsanable: tres semanas juntos, y todavía conservan intactas las telarallas que cuelgan de la pared del baño. Tres semanas, quién lo iba a decir, y todavía ninguna fregona se ha hecho dueña de esa cocina. Tres semanas, sí, y todavía acumulan con asombrosa destreza los platos sucios del desayuno en una esquina de la cocina que ya podría servir para llenar un campo de fútbol. Por el poco tiempo que íbamos a estar juntos, pensé, no valía la pena sembrar la discordia, sobre todo cuando hay muy poco espacio común que compartir. Reconozco que el afecto que me profesan desde el primer día que llegué me ha ablandado a extremos insospechables. ¿Cómo alzar la voz a unos muchachos que me han hecho descubrir la auténtica noche hamburguesa? ¿Qué decirles cuándo me han abierto las puertas a un mundo tan cerrado, el hamburgués, al que muy pocos extranjeros tienen acceso? ¿Cómo no disculparles su falta de puntualidad y su incorregible desorden? Y qué decir de su sentido de la solidaridad y el bien común, que consiste en apropiarse de la leche y los cereales que uno va a comprar en el supermercado sin necesidad de reponerlos después. No sé si esto es una de las consecuencias de ese alegre mayo del 68, como algunos se apresuran en seguida a decir; o, en cambio, consiste en un peldaño más de nuestro desarrollo. Lo que no me cabe duda es que, al menos en algo, Norte y Sur están más cerca que nunca. Quién sabe si algún día el Norte se hace Sur, y el Sur se hace Norte. En algo, al menos, hemos progresado.

lunes, 21 de marzo de 2011

Austeridad

Todas las mañanas me levanto con las noticias de la TV3, la radio pública de esta ciudad portuaria. Al encender el televisor, el presentador de la Primera contacta con los diferentes corresponsales que tiene diseminados por medio mundo, los que a su vez informan para TV3, TeleMadrid, Canal Sur, Canal 9, EiTB y demás canales públicos regionales. Juntos forman la misma corporación mediática. Por la noche, antes de cenar, vuelvo a conectar la radio. Fiel a TV3, como siempre, cuyo noticiero de la noche no es otro que el telediario de la Primera, que se produce aquí, y no en la capital. Me fijo que es el corresponsal de Canal Sur el que informa sobre lo ocurrido en el Sur. Y viceversa. Y así con todas las regiones. Cuando me canso de este monolito público, que cuesta a cada vecino 18 euros al mes, acudo a los medios privados, por eso del pluralismo y el contraste informativo. Se puede estar más o menos de acuerdo, pero nadie negará la racionalización del gasto público que una organización así supone. De hecho, esto es un estado federal, de los de verdad, y nadie ha osado tildar de centralista este andamiaje de medios públicos. Cada ente tiene su autonomía local, y se coordina con el resto para la información nacional e internacional. Los alemanes lo llaman austeridad en el gasto público y nosotros lo hemos sabido aplicar, que para eso sabemos tomar nota.

sábado, 19 de marzo de 2011

Un comerciante

Donde se ponga un comerciante que se quite una frontera, concluía con menos refinamiento Modesto, el propietario de ese lugar curioso llamado la Torre. Situado en el Schanze, un barrio céntrico de restaurantes low-cost, donde los jóvenes se congregan por las noches para calentar los motores que luego quemarán en la Reeperbahn, la Torre es lo más parecido que he encontrado a la Hispanic Society de Nueva York. Esta comparación no deja de ser abusiva, ciertamente. La Torre no es un museo. No hay Goyas ni Velázquez. El decorado carece del sobrepeso de pinturas y banderas, tan común en algunos restaurantes españoles como este, de visita obligada para todo aquel que no entienda por comer un acto mecánico. Modesto, que lleva cuarenta años en Alemania, doce en Hamburgo, nos invita a un Sauvignon al reconocer y oír nuestras voces, en su acepción de griterío. Nos explica su historia y diversas historias de los comerciantes de productos españoles en Alemania. Al averiguar los orígenes, Modesto habla elogiosamente, y sin fingida sinceridad, de los catalanes que lograron introducir en el mercado alemán los primeros productos del terruño, algunos tan exitosos como los vinos tarraconenses Clos Barenys. Modesto no le hace asco a nada. Dice que él es un comerciante y que de fronteras no entiende, que si un día tiene que vender un producto italiano extraordinario lo vende; por extraordinario, no por italiano. Y que ese es el problema de España: que faltan comerciantes.

jueves, 17 de marzo de 2011

Formarse porque sí

En una mesa, en un bar, un americano, un alemán y un español. Puede parecer un chiste, y tal vez lo sea, a juzgar por el tercer personaje, que se mantendrá callado durante la charla. El americano, que ha venido a Hamburgo para aprender alemán y enseñar inglés, expone con americana claridad su reciente descubrimiento: el concepto de cultura en Alemania. Se expresa con una alemán tortuoso, pero lo suficientemente agudo para hacernos entender que cultura significa aquí la ópera, los libros, la música clásica, Picasso o un museo. En cambio, para un americano la cultura no sólo es eso, o, simplemente, no es eso, sino el estilo de vida, la gastronomía, el rock'n'roll y el sexo, entre otros elementos. Sin darse cuenta, este joven cándido que estudia alemán para leer a Nietzsche y Schopenhauer en su idioma original, está desgranando dos conceptos de cultura que llevan tiempo sin hablarse. El primero, el de alta cultura, que es el que entendemos cuando hablamos de Shakespeare o Mozart. El segundo, desarrollado por la antropología decimonónica y que, al decir de Juan José Sebreli, le (y nos) salió muy caro por su carga relativista.

Del segudo no vale la pena hablar, si no lo hace Marvin Harris. Del primero se pueden decir muchas cosas. Entre ellas, su alemanidad. Cuenta la germanista Rosa Sala Rose, en El misterioso caso alemán, que

el conde Harry Kessler, al llegar a Hamburgo [a finales del siglo XIX] tras una larga estancia en Inglaterra, observaría que 'cuando aquí se dice de alguien que es 'inculto', es como cuando en Inglaterra se dice de alguien que 'no es un gentleman': no cabe pensar en nada más despectivo'.

Eso que llamamos la "cultura general", es decir, el acervo de conocimientos inútiles, desligados completamente de las necesidades prácticas de un oficio o el quehacer cotidiano, es algo que los europeos y el mundo occidental le deben a la Alemania de finales del XVIII y buena parte del XIX. ¿Quiere eso decir que para los alemanes el Currywurst, el Abendbrot u otras miserias gastronómicas no conviven con el arte, la literatura de Thomas Mann o la música de Beethoven en eso que llamamos, con impune elasticidad, cultura? Desde luego que sí. Desafortunadamente.

Y aquí llegamos a lo que los alemanes conocen como Bildung, ese concepto de difícil traducción, por el que se entiende "el conocimiento propiamente dicho o erudición, sumado [...] a la experiencia vital que procura el trato con los demás y el desarrollo del gusto por las artes, más la voluntad manifiesta de alcanzar el máximo desarrollo como ser humano". A quien le interese esto puede correr a una librería y hacerse con el libro de Rosa Sala. También puede oír aquí una conferencia de la autora al respecto en la Fundación Juan March.

Hoy en día es difícil oír en el alemán de la calle la palabra Bildung, sin embargo, es muy común, y los alemanes los emplean con total naturalidad, algunos de sus derivados: Ausbildung (formación), Weiterbildung (formación continua) y, el que más me sorprende, el Bildungsurlaub. Este último consiste en unas vacaciones que a muchos alemanes les corresponde, aparte del resto de vacaciones, para formarse en lo que les venga en gana, ya sea en un curso de idiomas o en unas conferencias de neurolingüística.

Por eso el español callaba. Esa cultura de asueto era por lo único por lo que podía suspirar engañosamente y quedarse al fin dormido.

martes, 15 de marzo de 2011

El soldado mensajero

Acaba de publicarse en alemán un libro que cuestiona la herocidad de Hitler en la Primera Guerra Mundial. Hitlers erster Krieg, de Thomas Weber, publicado orignalmente en inglés por Oxford University Press en septiembre de 2010, dice nada más y nada menos que Hitler fue un cabo que pasó la I Guerra Mundial en la retaguardia; que de héroe nada, en cualquier caso, su máxima heroicidad consistió en hacer de mensajero (en la retaguardia); y que su radicalización no vino durante la Guerra, sino después, entre cerveza y cerveza (en la vanguardia). Weber dice que todo lo que se ha escrito sobre Hitler, que no es poco, toma como principal referencia el Mein Kampf y la propaganda Nazi. Además, asegura que el 70% de su libro proviene de fuentes jamás consultadas antes. En la reseña que esta semana le dedica Die Zeit, se elogia la bravura del autor, amén de destacar que no es oro todo lo que reluce y que en el libro se descubren algunos mediterráneos. Que el antisemitismo de Hitler tuvo su origen tras el fracaso de la República Soviética de Múnich en la primavera de 1919 no es ninguna novedad, como Weber parece sugerir. Está documentado desde 1994, con el libro de Brigitte Hamann, La Viena de Hitler. Y puestos a hablar de documentación novedosísima, se echa en falta la edición de escritos y discursos que el Instituto de Historia Contemporánea de Múnich ha ido publicando entre 1992 y 2003, y que recoge la información más sustancial, a decir de Weber, de los años de formación (1925 - 1933) del criminal más famoso del siglo XX. Por último, dice el crítico que en la tesis principal de Weber se nota la influencia de su mentor, Niall Ferguson, enfant terrible de los historiadores británicos, por el que siento una devoción que roza la estupidez y a quien el crítico parece aborrecer.

Me había hecho la promesa de que Hitler o el nazismo serían temas a evitar en este blog. Pero visto cómo está el debate intelectual en Alemania, no me extrañaría que tan pronto pasara la alarma nuclear y el escaso éxito de los biocombustibles (que ya han pasado), un libro tan iconoclasta como el de Weber tomara el relevo. Claro que este tema ya lleva tiempo aburriendo a muchos alemanes. Pues que sigan aburriéndose.

lunes, 14 de marzo de 2011

Lo público y lo gratuito

Quién me iba a decir que en uno de los países por excelencia de la socialdemocracia uno tuviera que pagar por todo. ¿Quiere tomar prestados los libros de la biblioteca pública? Pague entonces una cuota anual de 27 euros. Internet está también a su disposición, pero pagando y el contador ya está en marcha. ¿Salud pública? Claro, tenga aquí. Pero antes pase por caja, o, mejor dicho, por la Krankenkasse. Si cobra más de 400 euros al mes, deberá contribuir, como mínimo, con un 6,5% de su salario. La Sanidad no es universal, por lo que le convendría tener tan pronto como pueda un seguro, es decir, un trabajo. ¿Quiere llevar a sus hijos a la guardería? Aquí no hay guarderías públicas. O, traducido a su idioma, gratuitas. Pague. ¿La Universidad? Hace unos seis años se habría librado. Pague. ¡Hasta para mear en un centro comercial hay que pagar! Ni qué decir de la piratería en Internet, que haberla hayla, pero en magnitudes comparativamente menores. Da que pensar: con una población de casi el doble de la española, las pérdidas ocasionadas por la piratería en Alemania se estimaron en 1.200 millones de euros en 2010. En España, 1.700*.

Claro que aquí la socialdemocracia ya no es lo que era. O tendrán otra forma de entenderla. Diferencias culturales, supongo. Entre otras, la diferencia entre lo público y lo gratuito.

*Corrección: en la primera edición del post, figuraba 1,2 millones de euros, en lugar de 1.200, los daños de la piratería en Alemania; así como 1,7 en lugar de 1.700 en España. La diferencia no es poca. El daño, tampoco. Lo siento.

domingo, 13 de marzo de 2011

Una familia judía

(A Marcel Gascón)

Durante mis cinco primeros meses en Hamburgo asistí a cursos de alemán en las instalaciones que la Volkshochschule (VHS, o Escuela Oficial de Idiomas) tiene en el número 35 de Karolinenstrasse. Mi primer día creí haber dado con la dirección equivocada. En un primer momento lo achaqué a un despiste o una mala anotación de las coordenadas que me mostraron en la central de Schanzenstrasse. Una señora me sacó de la confusión: en efecto, ese era el edificio de la VHS, así como un colegio judío para niñas. Con este último propósito se fundó la Dr. Alberto Jonas-Haus en 1884. El nombre que lleva ahora se debe al que fuera su director desde 1924 hasta su cierre en 1939.

El doctor Alberto Jonas fue un alemán de origen judío. Nació en Dortmund el 19 de febrero de 1889. En 1922 se trasladó a Hamburgo, donde empezó a dar clases en el principal centro judío de educación de la ciudad, la Talmud Tora Schule. Un año después se casó con la doctora Marie Jonas, una prusiana con la que compartía raíces hebreas. Cuando el doctor Jonas se hizo cargo de la escuela de Karolinenstrasse, su esposa se encargó del dispensario. El 13 de marzo de 1924 nació Esther, su única hija.

Los Jonas vivían en el barrio judío del Grindel, que alberga ahora la Universidad de Hamburgo, y entonces las luces y lucidez de una comunidad en ascenso. Al nacer Esther, los Jonas dejaron Grindelallee, la avenida que atraviesa la Universidad, por Eppendorf, una de las zonas más pudientes de la ciudad.

Entre 1870 y 1930, la comunidad judía de Hamburgo fue abandonando progesivamente su principal lugar de residencia, en el casco nuevo y antiguo de la ciudad -donde en 1871 vivían tres cuartas partes de los judíos hamburgueses-, por Harvestehude, Rotherbaum, Eppendorf y, más tarde, Dammtor, agrupados en el distrito del Grindel. Esta transformación demográfica coincidió con otra de carácter político, cultural y social, a saber, la Emancipación judía en Alemania, la tan anhelada mayoría de edad ciudadana.

El doctor Jonas centró la dirección de la escuela en introducir una educación moderna y emancipadora del rol tradicional de la mujer (judía o no), que no consistía en otra cosa que en formarlas para un oficio, como a cualquier otro niño (judío o no). Como recompensa, en 1930 el centro obtuvo el reconocimiento estatal de Realschule, una suerte de escuela secundaria a medio camino entre la formación profesional y el bachillerato. Todavía hoy se puede visitar lo que por entonces constituía un laboratorio de química moderno.

Y llegaron las sombras. Con el ascenso de los nazis al poder, el doctor Jonas hizo de la escuela un lugar de resistencia intelectual contra el nacionalsocialismo. Tras los progromos de noviembre de 1938, el doctor Jonas se volcó en salvar a niños judíos. A algunos llegó a acompañarlos a Inglaterra. La escuela cerró un año más tarde y el doctor Jonas pasó a dirigir la Talmud Tora. En 1940 intentó emigrar con su familia, pero las autoridades se lo prohibieron.

El 30 de junio de 1942, el Tercer Reich decretó el cierre de todas las escuelas judías. 19 días después, el doctor Jonas, su esposa e hija fueron deportados al campo de concentración de Theresienstadt, en la actual República Checa. Seis semanas después, el doctor Jonas murió de una meningitis. Su esposa Marie siguió y dio asistencia médica al resto de prisioneros hasta el 12 de octubre de 1944, cuando los nazis la deportaron a Auschwitz. Allí murió asesinada.

Esther Bauer vive todavía en Nueva York.

sábado, 12 de marzo de 2011

Un país en crisis

Cualquier extranjero que llegue a Alemania y siga la prensa autóctona llegará al cabo de poco a una conclusión poco esperanzadora: Alemania está en crisis. La autocrítica de intelectuales, periodistas, expertos, políticos, empresarios, etc., roza a veces cotas de autoflagelación. Cualquier desastre, tragedia o escándalo es motivo de una severa reflexión, a veces con repercusiones identitarias: la tragedia de Duisburgo y la buena organización de los alemanes; Thilo Sarrazin, el Islam y la amenaza de un partido populista; zu Guttenberg, los mecanismos de supervisión de las tesis doctorales, los Rock Stars y la cultura política alemana, etc., son uno de los ejemplos que ahora mismo me vienen a la cabeza. Claro que uno siempre puede leer el popularísimo Bild, sacar pecho y gritar "¡qué cojonudo somos!". Al cerrar las páginas del diario, eso sí, uno vuelve pronto al fustigamiento cotidiano. ¿Qué hemos hecho mal?, es la cuarta pregunta que Kant olvidó.

La única hipótesis que se me ocurre para explicar tanto afán de autocrítica no es otra que el carácter perfeccionista que muchos alemanes cultivan desde la escuela, cuando no desde la cuna. "Nadie es perfecto, pero nosotros trabajamos para serlo", decía Manfred von Richthofen, conocido popularmente como el Barón Rojo. Sólo hay que leer el currículum de muchos alemanes, sobre los que siempre me cabe la sospecha de que en la escuela los maestros les conciencian con la posibilidad de compaginar unas prácticas profesionales con la educación primaria.

Claro que el correlato positivo de tanto autoflagelamiento y afán perfeccionista salta a la vista de todos: y es que aquí, hacer las cosas bien es una costumbre. O debería. En eso, también trabajan.

viernes, 11 de marzo de 2011

Maneras

Hay cosas que me superan. Y una de ellas es la franqueza de muchos alemanes. Se dejan de rodeos, dicen lo que piensan y piensan lo que dicen, lo que los hace todavía más temibles. Uno puede invitar a cenar a un alemán, haber invertido toda una tarde cocinando y el alemán, al ver la mesa, decir con total naturalidad: "Tiene una pinta asquerosa". El otro día mi compañero de piso cogió una cogorza de padre y muy señor mío. Regresó al piso a eso de las 6 de la mañana. Tenía visita con el médico, y no dudó en llamar a la enfermera y cancelar la cita aduciendo una resaca de caballo. La forma directa de decir las cosas es realmente admirable, y comparativamente queda bien reflejada en un ejemplo que hace dos semanas puso una profesora del Instituto Cervantes de Hamburgo en un semanario de profesores de español:

Situación 1. Un alemán quiere que un amigo también alemán le lleve al día siguiente a Ikea. Descuelga el teléfono y le pregunta:

- "¿Podrías llevarme mañana a Ikea?".

Situación 2. Un español llama a un amigo, también español, para que le lleve a Ikea. Descuelga el teléfono y le pregunta:

- "¿Qué haces mañana?".
- "Pues mañana estoy libre", responde el amigo.
- "Es que mañana me gustaría ir a Ikea". Etc.

jueves, 10 de marzo de 2011

El maquinista en huelga general

Miren qué poderío. Una sola persona es capaz de paralizar a otras 250. Así lo señala el semanario Die Zeit en su editorial sobre la huelga general de maquinistas, que ha afectado hoy a 6,5 millones de personas, muchas trabajadoras, supongo. Ningún empleado en Alemania tiene tanto poder per cápita, dice el periódico hamburgués, ni tanto poder sobre los empleados de otros sectores, añadiría yo. Poder para paralizar la vida cotidiana de un país, que no deja de ser su economía. Una profesora del Instituto Goethe, que me veía apurado descifrando el editorial -recién salido del horno, como cada jueves- me ha explicado, contado a su hijo, lo que esos señores piden: los maquinistas de las empresas privadas quieren cobrar como sus colegas de la pública, la Deutsche Bahn, quienes a su vez quieren cobrar más y eliminar las diferencias salariales que hay entre estados, por lo que los primeros quieren igualar su sueldo de ahora y el que alcancen los segundos si tienen éxito en sus demandas futuras. Así de sencillo y equitativo, aunque no tan sencillo y equitativo en una economía de mercado, donde opera, o debería operar, la libre competencia (también la de salarios).

Lo que no me ha contado esta profesora, y que después he logrado averiguar con una lectura más atenta, es que tras cinco meses de negociaciones, con millones de pasajeros sufriendo huelgas y Warnstreiks o "huelgas de advertencia" (esto último no sé si es una de las tantas precisiones del idioma alemán o un refinamiento orwelliano de los sindicalistas, asumido con resignación por todo el mundo, con los periodistas a la cabeza), sindicato y patronal habían logrado un compromiso para acortar la brecha salarial, del actual 20% al 6%, que afectaría a la gran mayoría de los maquinistas. Todos de acuerdo salvo los dirigentes del sindicato de maquinistas (GDL), que entienden por negociación el no ceder a ninguna de sus exigencias. En fin, que un día como hoy, en el que la lluvia y el mal tiempo vuelven a Hamburgo, han logrado movilizar 26.000 trabajadores e inmovilizar a todo un país. Sencillo y equitativo.

miércoles, 9 de marzo de 2011

El misterioso caso germano-británico

He conocido a extranjeros que, cuando conocen a un alemán, intentan hacerse los simpáticos invocando la sublimidad de la música clásica, Nietzsche, Goethe o el Muro de Berlín. Aconsejo el siguiente ejercicio de imaginación: prueben con un alemán que busque amistad recitando los Conciertos de Aranjuez, el Quijote, Ortega y Gasset o la Guerra Civil con un español común cuya máxima aspiración cultural en la vida es completar la última novela de Stieg Larsson.

Esta noche, tras una cena italiana con alemanes y en horario español, uno ha tenido la ocurrencia de poner por enésima vez el sketch "Dinner for one". Se trata de una costumbre muy arraigada en este país, y en otros, desde que la NDR (la cadena pública del norte de Alemania) lo emitiera por primera vez en 1963 y se hiciera popular en la Nochevieja de 1972. Desde entonces se extendió a toda Alemania y, desde entonces, millones de alemanes no han dejado de reír, Nochevieja tras Nochevieja, de los mismos 10 minutos de humor británico. En efecto, "Dinner for one" es un sketch protagonizado por dos actores británicos, en inglés, y sobre el que poca gente en el mundo anglosajón tiene noticia, especialmente en su lugar de origen, el Reino Unido. Muchos alemanes, sin embargo, están convencidos de que se trata de una serie mundialmente conocida, sobre todo en el Reino Unido.

Es asombroso observar a muchos alemanes desternillarse de risa cada vez que el mayordomo James tropieza con la alfombra de piel de tigre y repite una y otra vez la misma pregunta a su nonagenaria patrona: "The same procedure as last year, Miss Sophie?". A lo que ésta replica: "The same procedure as EVERY year, James". Y así durante 38 años. Más desternillante, si cabe, es contemplar la reacción de un británico cada vez que un alemán le suelta la misma frase, con la seguridad de que ese será el inicio de una nueva complicidad.

martes, 8 de marzo de 2011

El nuevo hombre alemán

Dicen los alemanes que los alemanes son limpios. Entiéndase por limpio no sólo la higiene personal, sino también la del hogar. Una costumbre muy arraigada es dejar los zapatos en la entrada y cambiarse la ropa nada más llegar. Es una cuestión de pulcritud, comodidad (Gemütlichkeit, uno de esos tantos términos de difícil traducción) y respeto en el hogar. La hilarante Xenophobe's guide to the Germans, un compendio de tópicos y estereotipos sobre los alemanes de lo más divertido, advierte de un nuevo tipo de hombre por estos lares. Entiendo que después de los malentendidos criminales que supuso el superhombre nietzscheano, los alemanes optaran por dejarse de inventos morales y se centraran, entre otras cosas, en fabricar buenos coches (y qué coches). Pero lo último que uno esperaría es que tras este receso ético, les dieran por traer al mundo a un nuevo hombre que, de extenderse, hará de los metrosexuales una ocurrencia de pie de página. Se trata del Sitzpinkler, es decir, el hombre que mea sentado. Ya no es sólo una costumbre, que uno puede adoptar o desechar, como en toda sociedad libre. Es un imperativo categórico. Pero no a lo kantiano, pues esta norma no surge de la conciencia de uno (autonomía) sino que es impuesta por los otros (heteronomía). Al menos, así lo entendí cuando llegué a Alemania.

lunes, 7 de marzo de 2011

¿Pertenece el Islam a Alemania?

Esa es la pregunta que se hace hoy el Hamburger Abendblatt en su página web. No es una pregunta provocadora; al contrario del Bild, el HAB no es incendiario y prefiere que cada lector, si quiere jugar con fuego, que lo haga en su casa. Todo viene a cuento tras la afirmación que la semana anterior hizo el nuevo ministro del interior, el bávaro y conservador Hans-Peter Friedrich, y que ayer volvió a repetir otro compañero de filas. "El Islam no pertenece a Alemania", dijo como declaración inaugural al poco de jurar su nuevo cargo. Esta declaración debe entenderse en un doble contexto: en primer lugar, la conferencia alemana del Islam que tendrá lugar a finales de mes, y que como ministro del interior, Friedrich no puede desentenderse. En segundo lugar, dar un golpetazo sobre la mesa de su partido hermano, la CDU (Friedrich es miembro de la CSU bávara, que es a la CDU lo que el PSC al PSOE). En su alocución con motivo del vigésimo aniversario de la reunificación, el presidente de la República, Christian Wulff, de la CDU, dijo que la cultura islámica era parte de la cultura alemana. Y volvió a repetirlo hace una semana en una entrevista para Al Yazira.

Al llegar a Hamburgo, en septiembre del año pasado, el debate político giraba en torno al libro que Thilo Sarrazin, entonces miembro de la dirección del Banco Central Alemán, había escrito sobre la inmigración musulmana en Alemania. Sobre la presunción empírica para sostener las bobadas que escribió en su Deutschland schafft sich ab (literalmente, Alemania se suprime a sí misma o, mejor, Alemania a la deriva, como veo traducido en un artículo del maestro Espada), Der Spiegel ya se encargó de pasarlo por el tamiz de los datos, que para eso tiene el departamento de fact-checkers más grande del mundo. Bild hizo su trabajo: sacar tajada y publicar una encuesta muy reveladora, a saber, que el 18% de los alemanes apoyaría un partido sarrazino, un resultado que coincidió con otra encuesta del semanario hamburgués. El debate prendió, se habló de la integración y una de las tesis más lelas del libro -que la inmigración musulmana había reducido el coeficiente intelectual medio de los alemanes- quedó solucionada con una pregunta que un cómico de la televisión pública le hizo al cómico del libro: "¿Opina que los alemanes del Este también han hecho descender el coeficiente intelectual medio de Alemania?". Puestos a hablar de idiotas y parásitos, turcos y griegos, conviene recordar que la antigua RDA ha recibido 1,3 billones de euros en dos décadas de reunificación y se seguirá beneficiando del "impuesto de solidaridad" que pagan sus compatriotas del oeste hasta 2019.

¿Pertenece, entonces, el Islam a Alemania? Supongo que el Islam forma parte de Alemania de la misma manera que la patata, el mazapán, comer en el metro e ir en bicicleta pertenecen, como tantas otras cosas importadas, a la cultura de este país. El problema de preguntas tan simplonas es que los primeros en responder y escandalizarse son los multiculturalistas del respeto urbi et orbi, que donde entra un burka entra también la penalización del adulterio y todos tan anchos, que es su cultura y hay que respetarla. Yo la reformularía de la siguiente manera: ¿Es compatible el Islam con la cultura democrática? Y si es así, ¿todo? ¿Una parte? ¿Y qué parte? Porque es ahí, y no en la cultura del Bratwurst, el Abendbrot o la separación de los residuos a donde deberían orientarse esos cursos de integración que el Gobierno alemán lleva financiando desde 2005 para que todos los inmigrantes sean alemanes el día de mañana.

Y mañana, ya que la cosa va de costumbres, haré una incursión en los alemanes y la limpieza, ese imposible (meta)físico.

domingo, 6 de marzo de 2011

Mañana en el Alster

Un domingo en el Alster es como un domingo sin ruido y sin circo en el Retiro. Uno podría cerrar los ojos y sentir que está solo. También podría mantenerlos abiertos y observar cómo disfruta la civilización una mañana de domingo. La gente pasea alrededor del lago. Apenas se oye conversación alguna; o cuando se oye, no molesta. En las terrazas de los cafés, los hamburgueses disfrutan en silencio, taza de café en mano, del espectáculo que ofrece una mañana soleada. Los más inquietos despliegan las sábanas del Hamburger Abendblatt o el Welt am Sonntag; otros optan por la ligereza del Mopo. Es curioso que la ciudad que hasta hace poco albergaba al periódico más popular y populista de Alemania, el Bild, sea la que menos ostentación haga.

Es una mañana de periódicos. El affair Guttenberg sigue ocupando, sino la portada, un espacio destacado. En el Frankfurter Allgemeine Zeitung, Nils Minkmar escribe sobre las "dos semanas del psicodrama alemán". Y una pregunta que a más de uno le resultará familiar: "¿Por qué en la política alemana nadie habla como un adulto para nosotros, los adultos?". Minkmar cita el último libro del redactor jefe del Bild en Berlín, Nikolaus Blume, quien en estas dos últimas semanas ha hecho de abogado defensor del exministro en todos los debates televisivos. "Los votantes están decepcionados", dice Blume, "porque los políticos no cambian nada; por eso los votantes se alejan cada vez más de las elecciones y la vida política".

Cualquiera responderá que una clase política cada vez más ensimismada no es una particularidad alemana, como tampoco española. La particularidad, en cualquier caso, es otra. Zu Guttenberg parecía ser el Obama que necesitaba la política alemana, según la opinión del corresponsal en Berlín de The Economist. Tal vez fuera este mesianismo lo que había puesto en guardia a la vieja intelligentsia, encabezada por el semanario Der Spiegel, que aplaudió la dimisión de zu Guttenberg por ser buena para la cultura política del país. La manera en que el exministro llevó el affair fue patética. Tardó dos semanas en dimitir, y se excusó por haber cometido errores (negó el plagio, a pesar de que a esas horas ya era patente), algo que justificó normal en un joven padre de familia y diputado, muy ocupado en los quehaceres del Parlamento. Luego achacó el escándalo a una conspiración entre periodistas y políticos envidiosos de Berlín. Su discurso de dimisión ensombreció la grandeza del acto. Asumía su responsabilidad; eso sí, todo había sido un ataque contra su persona. La culpa, de los demás.

El psicodrama ya ha pasado. Uno ya puede disfrutar de una mañana soleada en el Alster, tranquilo de que el mesías duerme lejos.

sábado, 5 de marzo de 2011

Gente de Hamburgo (y de todo el mundo)

Escribe Siegfried Lenz en Leute von Hamburg (Gente de Hamburgo) que en Hamburgo es difícil conocer a alguien de Hamburgo. Acepto el recurso literario: nadie que haya estado en Berlín, Nueva York o Londres ha conocido a nadie de Berlín, Nueva York o Londres. Suele ocurrir. Ayer, sin embargo, me ocurrió algo extraordinario: conocí a un tipo de Hamburgo. Nacido y criado. De origen croata, pero hamburgués, al fin y al cabo. Se trataba de mi antiguo arrendador, en el barrio de Altona, a quien daba por hecho que sería de cualquier otra parte de Alemania salvo de Hamburgo. Estaba preocupado por mi suerte en mi nuevo piso, especialmente, con mis nuevos compañeros. "¿Son hamburgueses?", me preguntó. "Como habrás observado", siguió sin esperar mi respuesta, "en esta escalera todos son extranjeros. Son vecinos muy simpáticos. Crean un ambiente muy agradable. De ser hamburgueses no habrían cruzado palabra conmigo".

Los hamburgueses se han ganado fama de huraños, taciturnos y secos. Entre sus compatriotas, quiero decir; el resto nos conformamos con confundir la parte con el todo. La mayoría de alemanes que he conocido son de Baja Sajonia, Renania del Norte-Westfalia, Baden-Wurtemberg y Baviera. Salvo el primer estado, situado en el norte, el resto pertenece al oeste y sur de Alemania respectivamente. Todos opinan lo mismo de sus compatriotas del norte (incluso los de Baja Sajonia, al menos, los del área de Hannover). Aquí los estereotipos no difieren mucho con respecto a otros países. Ocurre en España, Italia, Francia, Reino Unido y Estados Unidos, por nombrar los países con los que tengo más familiaridad.

Con los estereotipos nacionales me pasa lo que a Chesterton, que cuando le preguntaron qué opinaba de los franceses repuso que no los conocía a todos. Yo tampoco conozco a todos los hamburgueses (ni alemanes), pero mi experiencia cotidiana no ha sido tan desagradable como otros del terruño me cuentan de sí. Las cajeras del supermercado me desean un buen día cuando me entregan el cambio y los camareros no me abroncan cuando pregunto. Ya ven, Hamburgo no es Madrid.

Tampoco es Nueva York -probablemente ninguna ciudad lo sea-, donde a uno le entran ganas de dar los buenos días cuando sube al metro, donde alguien siempre saldrá en su auxilio cuando esté perdido y donde, además, sus gentes sonríen en las calles. Hamburgo es un lugar melancólico, con paseantes melancólicos, a quienes el hielo no les gusta roto. El entusiasmo de los neoyorquinos es contagioso, así como la rudeza de los madrileños.

La melancolía de los hamburgueses, también.


viernes, 4 de marzo de 2011

Hamburger Dogma

Hace unos años apareció en la escena literaria de Hamburgo un movimiento conocido como "Hamburger Dogma". Presentaron un manifiesto de estilo, con un sobriedad extraordinaria que bien podría haber llegado antes de que Heidegger y demás ralea oscurantista empezaran a escribir:

1) Deben evitarse los adjetivos;
2) no deben nombrarse los sentimientos, sino representarlos;
3) las metáforas están prohibidas;
4) es obligatorio escribir en presente;
5) una frase no debe tener más de quince palabras;
6) está prohibido cambiar la perspectiva;
7) el narrador omnisciente ha muerto;
8) todo autor que se adscriba a los postulados de Dogma debe reconocerlo como tal.

Cualquier periodista habrá reconocido algunos principios básicos de la escritura periodística. Según la crónica de Juan Manuel Villalobos en Letras Libres, los autores de este manifiesto se cuidaron de justificar cada uno de los principios: "Quien no interprete estos postulados como limitaciones, sino como exigencias para el descubrimiento, llegará a otro tipo de lenguaje... Cuando a una metáfora débil, una expresión verbal estúpida, un adjetivo soso se le prohíbe existir, se alcanzan formas de expresión frescas y potentes, sin trucos".

Puede que "Hamburger Dogma" fuera en su momento una bocanada de aire fresco en una escena, la alemana, caracterizada por todo lo contrario a esos principios. No lo sé. Lo que estos jóvenes reivindicaban ya lo había expresado George Orwell con mayor claridad en su ensayo La política y la lengua inglesa:

1. Never use a metaphor, simile, or other figure of speech which you are used to seeing in print.
2. Never use a long word where a short one will do.
3. If it is possible to cut a word out, always cut it out.
4. Never use the passive where you can use the active.
5. Never use a foreign phrase, a scientific word, or a jargon word if you can think of an everyday English equivalent.
6. Break any of these rules sooner than say anything outright barbarous.

jueves, 3 de marzo de 2011

¿Cómo es en tu país?

Dos días después de la dimisión del ministro de defensa alemán, la prensa sigue manteniendo vivo el debate. La portada de este jueves del semanario Die Zeit refleja el estado de la cuestión: "¿Y ahora qué?", dice el titular, con el busto derrocado del popular ministro Karl-Theodor zu Guttenberg.

Esta mañana, mientras desayunaba, seguía en Deutsche Welle un reportaje sobre la fiabilidad de los mecanismos de control de las tesis doctorales en las universidades alemanas. Hace dos semanas que el debate político gira en torno al plagio de la tesis doctoral del ministro de defensa. Televisión, radio y periódicos no han dejado de discutir al respecto. Al lado de zu Guttenberg, su partido, el periódico Bild Zeitung y, probablemente, más de media Alemania. Al otro, el resto: la oposición, la academia, el semanario Der Spiegel, Süddeutsche Zeitung -el diario que destapó el escándalo-, etc.

Zu Guttenberg compareció ante el parlamento y se sometió a una batería de preguntas de la oposición. A los pocos días, dimitió. The Economist achaca esa decisión a "valores conservadores como la responsabilidad individual". Zu Guttenberg bien podría haber seguido en su puesto. Contaba con el beneplácito de Angela Merkel y el viento favorable de las encuestas de opinión.

En las clases de idiomas extranjeros es muy común un tipo de actividad que consiste en intercambiar con el compañero pareceres sobre las respectivas costumbres de su país. Por ejemplo, la gastronomía, la separación de la basura, el tiempo, el tráfico, el carril bici, la compra y una serie de costumbres de lo más trivial en un mundo globalizado. Nunca se comentan asuntos políticos que puedan herir sensibilidades o confrontar opiniones. Yo le habría preguntado a mi compañero este martes, cuando me enteré de que zu Guttenberg había dimitido, si los políticos en su país hacen esas cosas cuando están envueltos en un escándalo. Recuerdo que un amigo alemán me respondió con total naturalidad: "Aquí eso es normal".

El debate que se ha mantenido en Alemania sobre el plagio de la tesis doctoral de un ministro ha sido chocante para alguien que viene de un país donde las parroquias han sustituido a los medios de comunicación. Ahora mismo me viene a la cabeza aquel ministro de Sanidad que falsificó su currículum. Y ya no hablo de la palabra dimisión, que ha ascendido al altar de los tabúes de nuestra cultura.

Aquí las diferencias culturales son notorias, por no decir sonrojantes.

miércoles, 2 de marzo de 2011

Vida de un paseante

Hace seis meses que llegué a Hamburgo. Desde entonces, no he dejado de escrutar esta ciudad. Hay gente que tiende a fijarse en el envoltorio que adorna todas las guías: edificios, parques, iglesias, museos, etc. A mí me da por observar a sus gentes. Una de las cosas que más me llamó la atención al poco de llegar fue el entusiasmo de los alemanes por las terrazas de los cafés y restaurantes. Al mínimo rayo de sol, saltaban como posesos a las tumbonas, sillones o lo que hubiera por medio para disfrutar de ese bien tan escaso por estos lares. No me deja de sorprender ver a gente, en pleno mes de febrero, a temperaturas bajo cero, sentada en la terraza de un bar, con una manta cubriéndole las piernas, distrutando de una bocanada de luz solar. Bien es cierto que en este invierno el sol ha sido escaso. Y lo comprendo: a veces, tras varias semanas de cielo ofuscado, parecía estar viviendo aquella película de mi infancia, Los Inmortales II, donde los hombres se veían condenados a vivir bajo un cielo cubierto que les protegía de la luz solar (Nota: entonces el cambio climático era el agujero de la capa de ozono).

Otra de las impresiones que uno tiene cuando llega aquí la resumió bien el gran Julio Camba en Aventuras de una peseta: "Los alemanes no son tan alemanes como yo consideraba". En efecto, el estereotipo del alemán cabeza cuadrada, puntual, disciplinado, frío y racional queda fácilmente olvidado tan pronto uno entra en colisión con un alemán cabeza cuadrada, puntual, disciplinado, frío y racional. Sin duda quedan vestigios del carácter y las costumbres de este pueblo del norte, según lo mire un sureño, como se nos conoce por aquí. En este sentido me permitiré una licencia y, de paso, me ahorraré un post: la primera costumbre que aboliría, por encima de las corridas de toros o el tabaco, sería el Abendbrot. A saber: esa manía de cenar siempre pan, casi los 365 días del año, salvo fechas señaladas, donde el pan es acompañado o sustituido por otro condimento de parecida enjundia.

El título de este blog está inspirado en La vida de los paseantes de Sebastian Haffner. El paseante, esa figura que el escritor alemán veía amenazada por "los autobuses arrolladores, los tranvías zumbantes, los automóviles rabiosos de todos los tamaños y razas, la manada de lobos de los ciclistas y los motociclistas rapaces de vuelo en picado", será el protagonista de mis últimos días en esta ciudad. Que nadie espere reseñas de museos, librerías, catedrales o demás lugares que encontrará mejor descritos en cualquier guía de viajes. Cualquier mención será siempre circunstancial o anecdótica. Aquí escribiré sobre los hamburgueses y, por extensión y sinécdoque, sobre los alemanes y todas aquellas cosas que tengan algo que ver con este país.

Para los que siguieron, o supieron, de mi NYC Serenade, va una advertencia: este blog no será un NYC Serenade a la alemana. Hamburgo no es Nueva York -aunque algunas calles tengan un cierto aire neoyorquino- y aquí no se cantan ni bailan serenatas. Aunque algo de eso tendrá y otras cosas que por entonces no rondaban por mi cabeza.