jueves, 17 de marzo de 2011

Formarse porque sí

En una mesa, en un bar, un americano, un alemán y un español. Puede parecer un chiste, y tal vez lo sea, a juzgar por el tercer personaje, que se mantendrá callado durante la charla. El americano, que ha venido a Hamburgo para aprender alemán y enseñar inglés, expone con americana claridad su reciente descubrimiento: el concepto de cultura en Alemania. Se expresa con una alemán tortuoso, pero lo suficientemente agudo para hacernos entender que cultura significa aquí la ópera, los libros, la música clásica, Picasso o un museo. En cambio, para un americano la cultura no sólo es eso, o, simplemente, no es eso, sino el estilo de vida, la gastronomía, el rock'n'roll y el sexo, entre otros elementos. Sin darse cuenta, este joven cándido que estudia alemán para leer a Nietzsche y Schopenhauer en su idioma original, está desgranando dos conceptos de cultura que llevan tiempo sin hablarse. El primero, el de alta cultura, que es el que entendemos cuando hablamos de Shakespeare o Mozart. El segundo, desarrollado por la antropología decimonónica y que, al decir de Juan José Sebreli, le (y nos) salió muy caro por su carga relativista.

Del segudo no vale la pena hablar, si no lo hace Marvin Harris. Del primero se pueden decir muchas cosas. Entre ellas, su alemanidad. Cuenta la germanista Rosa Sala Rose, en El misterioso caso alemán, que

el conde Harry Kessler, al llegar a Hamburgo [a finales del siglo XIX] tras una larga estancia en Inglaterra, observaría que 'cuando aquí se dice de alguien que es 'inculto', es como cuando en Inglaterra se dice de alguien que 'no es un gentleman': no cabe pensar en nada más despectivo'.

Eso que llamamos la "cultura general", es decir, el acervo de conocimientos inútiles, desligados completamente de las necesidades prácticas de un oficio o el quehacer cotidiano, es algo que los europeos y el mundo occidental le deben a la Alemania de finales del XVIII y buena parte del XIX. ¿Quiere eso decir que para los alemanes el Currywurst, el Abendbrot u otras miserias gastronómicas no conviven con el arte, la literatura de Thomas Mann o la música de Beethoven en eso que llamamos, con impune elasticidad, cultura? Desde luego que sí. Desafortunadamente.

Y aquí llegamos a lo que los alemanes conocen como Bildung, ese concepto de difícil traducción, por el que se entiende "el conocimiento propiamente dicho o erudición, sumado [...] a la experiencia vital que procura el trato con los demás y el desarrollo del gusto por las artes, más la voluntad manifiesta de alcanzar el máximo desarrollo como ser humano". A quien le interese esto puede correr a una librería y hacerse con el libro de Rosa Sala. También puede oír aquí una conferencia de la autora al respecto en la Fundación Juan March.

Hoy en día es difícil oír en el alemán de la calle la palabra Bildung, sin embargo, es muy común, y los alemanes los emplean con total naturalidad, algunos de sus derivados: Ausbildung (formación), Weiterbildung (formación continua) y, el que más me sorprende, el Bildungsurlaub. Este último consiste en unas vacaciones que a muchos alemanes les corresponde, aparte del resto de vacaciones, para formarse en lo que les venga en gana, ya sea en un curso de idiomas o en unas conferencias de neurolingüística.

Por eso el español callaba. Esa cultura de asueto era por lo único por lo que podía suspirar engañosamente y quedarse al fin dormido.

1 comentario:

  1. Thomas Mann dijo de la primera guerra mundial que se trataba de un conflicto entre la sólida kultur alemana y la voluble civilisation francesa. Supongo que también valdría americana. Yo en este choque de mundos prefiero unirme a la mandrosa neutralidad hispánica.

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